CUADROS PARISIENSES
LXXXVI
PAISAJE
Yo
quiero, para componer castamente mis églogas,
Acostarme cerca del cielo, como los astrólogos,
Y vecino de los campanarios, escuchar soñando
Sus himnos solemnes arrastrados por el viento.
Las dos manos bajo el mentón, desde lo alto de la bohardilla,
Acostarme cerca del cielo, como los astrólogos,
Y vecino de los campanarios, escuchar soñando
Sus himnos solemnes arrastrados por el viento.
Las dos manos bajo el mentón, desde lo alto de la bohardilla,
Yo veré
el taller que canta y que charla;
Las
chimeneas, los campanarios, esos mástiles de la cité,
Y los
amplios cielos que hacen soñar con la eternidad.
Es
grato, a través de las brumas, ver nacer
Las
estrellas en el azur, la lámpara en la ventana,
Los
vahos del carbón trepar al firmamento
Y la
luna volcar su pálido encantamiento.
Yo veré
las primaveras, los estíos, los otoños,
Y
cuando llegue el invierno de las nieves monótonas,
Cerraré
por todas partes portezuelas y postigos
Para
edificar en la noche mis feéricos palacios.
Entonces
soñaré con horizontes azulados,
Jardines,
surtidores llevando en los alabastros,
Besos,
pájaros cantando noche y día,
Y todo
cuanto el Idilio tiene de más infantil.
El
Motín, atronando vanamente en mi ventana,
No hará
levantar mi frente de mi pupitre;
Porque estaré sumergido en esta voluptuosidad
De evocar la Primavera con mi voluntad,
Extraer un sol de mi corazón, y hacer
De mis pensamientos ardientes una tibia atmósfera.
Porque estaré sumergido en esta voluptuosidad
De evocar la Primavera con mi voluntad,
Extraer un sol de mi corazón, y hacer
De mis pensamientos ardientes una tibia atmósfera.
1857.
LXXXVII
EL SOL
A lo
largo del viejo faubourg, donde penden en las casuchas
Las persianas, abrigo de secretas lujurias,
Cuando el sol cruel cae con trazos redoblados
Sobre la ciudad y los campos, sobre los techos y los trigales,
Yo acudo a ejercitarme solo en mi fantástica esgrima,
Husmeando en todos los rincones las sorpresas de la rima.
Tropezando sobre las palabras como sobre los adoquines.
Chocando a veces con versos hace tiempo soñados.
Las persianas, abrigo de secretas lujurias,
Cuando el sol cruel cae con trazos redoblados
Sobre la ciudad y los campos, sobre los techos y los trigales,
Yo acudo a ejercitarme solo en mi fantástica esgrima,
Husmeando en todos los rincones las sorpresas de la rima.
Tropezando sobre las palabras como sobre los adoquines.
Chocando a veces con versos hace tiempo soñados.
Este
padre nutricio, enemigo de las clorosis,
Despierta
en los campos los versos como las rosas;
Hace
evaporarse las preocupaciones hacia el cielo,
Y colma
los cerebros y las colmenas de miel.
Es él
quien rejuvenece a los que empuñan muletas
Y los
torna alegres y dulces como muchachas jóvenes,
Y
ordena a los sembrados crecer y madurar
¡En el
corazón inmortal que siempre quiere florecer!
Cuando,
igual que un poeta, desciende en las ciudades,
Ennoblece el destino de las cosas más viles,
Introduciéndose cual rey, sin ruido y sin lacayos,
En todos los hospitales y en todos los palacios.
Ennoblece el destino de las cosas más viles,
Introduciéndose cual rey, sin ruido y sin lacayos,
En todos los hospitales y en todos los palacios.
1861.
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LXXXVIII
A UNA MENDIGA PELIRROJA
Blanca
muchacha de los cabellos rojizos,
Cuyo vestido por los agujeros
Deja ver la pobreza
Y la belleza,
Cuyo vestido por los agujeros
Deja ver la pobreza
Y la belleza,
Para
mí, poeta enclenque,
Tu joven cuerpo enfermizo,
Lleno de pecas,
Tiene su dulzura.
Tu joven cuerpo enfermizo,
Lleno de pecas,
Tiene su dulzura.
Tú
llevas más galantemente
Que una reina de romance
Sus coturnos de terciopelo
Tus zuecos burdos.
Que una reina de romance
Sus coturnos de terciopelo
Tus zuecos burdos.
En
lugar de un harapo muy corto,
Un soberbio traje de corte
Arrastra con pliegues rumorosos y largos
Sobre tus talones;
Un soberbio traje de corte
Arrastra con pliegues rumorosos y largos
Sobre tus talones;
En
lugar de medias agujereadas,
Para los ojos taimados
Sobre tu pierna un puñal de oro
Reluce todavía;
Para los ojos taimados
Sobre tu pierna un puñal de oro
Reluce todavía;
Nudos
mal ajustados
Desnudan para nuestros pecados
Tus dos hermosos senos, radiantes
Como dos ojos;
Desnudan para nuestros pecados
Tus dos hermosos senos, radiantes
Como dos ojos;
Que
para desnudarte
Tus brazos se hacen rogar
Y expulsan con golpes vivaces
Los dedos traviesos,
Tus brazos se hacen rogar
Y expulsan con golpes vivaces
Los dedos traviesos,
Perlas
del más bello oriente,
Sonetos del maestro Belleau
Por tus galantes engrillados
Sin cesar ofrecidos
Sonetos del maestro Belleau
Por tus galantes engrillados
Sin cesar ofrecidos
Chusma
de rimadores
Dedicándote sus primores
Y contemplando tu zapato
Bajo la escalera,
Dedicándote sus primores
Y contemplando tu zapato
Bajo la escalera,
Más de
un paje enamorado del azar,
Más que un señor y más que un Ronsard
¡Espiaban por diversión
Tu fresco escondrijo!
Más que un señor y más que un Ronsard
¡Espiaban por diversión
Tu fresco escondrijo!
Tú
contabas en tus lechos
Más besos que lises
Y ordenabas bajo tus leyes
¡Más de un Valois!
Más besos que lises
Y ordenabas bajo tus leyes
¡Más de un Valois!
—Empero
tú vas mendigando
Algún viejo mendrugo yaciendo
En el umbral de cualquier Véfour
De la encrucijada;
Algún viejo mendrugo yaciendo
En el umbral de cualquier Véfour
De la encrucijada;
Tú vas
curioseando por debajo
Joyas de veintinueve sueldos
Que yo no puedo, ¡oh, perdón!
Regalarte.
Joyas de veintinueve sueldos
Que yo no puedo, ¡oh, perdón!
Regalarte.
¡Ve,
pues, sin otro adorno,
Perfumes, perlas, diamante,
Que tu magra desnudez!
¡Oh, mi belleza!
Perfumes, perlas, diamante,
Que tu magra desnudez!
¡Oh, mi belleza!
1861.
LXXXIX
EL CISNE
A Víctor Hugo.
I
¡Andrómaca,
pienso en ti! Este riacho,
Pobre y
triste espejo donde antaño resplandeció
La
inmensa majestad de vuestros dolores de viuda,
Este
Simoïs mentiroso que con vuestras lágrimas crece,
Ha
fecundado de pronto mi memoria fértil,
Cuando
yo atravesaba el nuevo Carrousel.
El
viejo París terminó (la forma de una ciudad
Cambia
más rápido, ¡ah!, que el corazón de un mortal);
Yo no
veo sino con el espíritu todo este caserío,
Este montón de capiteles esbozados y los fustes,
Las hierbas, los grandes bloques verdecidos por el agua de las charcas,
Este montón de capiteles esbozados y los fustes,
Las hierbas, los grandes bloques verdecidos por el agua de las charcas,
Y
brillando en las ventanas, el bric-a-bras confuso.
Allí se
mostraba antaño una casa de fieras;
Allá yo vi, una mañana, en la hora en que bajo los cielos
Fríos y claros el Trabajo se despierta, en que la basura
Empuja un sombrío huracán en el aire silencioso,
Allá yo vi, una mañana, en la hora en que bajo los cielos
Fríos y claros el Trabajo se despierta, en que la basura
Empuja un sombrío huracán en el aire silencioso,
Un
cisne que se había evadido de su jaula,
Y, con sus patas palmípedas frotando el empedrado seco,
Sobre el suelo' áspero arrastraba su blanco plumaje.
Cerca de un arroyo sin agua la bestia abriendo el pico
Y, con sus patas palmípedas frotando el empedrado seco,
Sobre el suelo' áspero arrastraba su blanco plumaje.
Cerca de un arroyo sin agua la bestia abriendo el pico
Bañaba
nerviosamente sus alas en el polvo,
Y decía, el corazón lleno de su bello lago natal:
"Agua, ¿Cuándo lloverás? ¿Cuándo tronarás, rayo?"
Yo veo este desdichado, mito extraño y fatal,
Y decía, el corazón lleno de su bello lago natal:
"Agua, ¿Cuándo lloverás? ¿Cuándo tronarás, rayo?"
Yo veo este desdichado, mito extraño y fatal,
Hacia
el cielo algunas veces, como el hombre de Ovidio,
Hacia el cielo irónico y cruelmente azul,
Sobre su cuello convulsivo tender su cabeza ávida,
¡Como si dirigiera reproches a Dios!
Hacia el cielo irónico y cruelmente azul,
Sobre su cuello convulsivo tender su cabeza ávida,
¡Como si dirigiera reproches a Dios!
II
¡París
cambia! ¡pero, nada en mi melancolía
Se ha movido! palacios nuevos, andamiajes, bloques,
Viejos arrabales, todo para mí vuélvese alegoría,
Y mis caros recuerdos son más pesados que rocas.
Se ha movido! palacios nuevos, andamiajes, bloques,
Viejos arrabales, todo para mí vuélvese alegoría,
Y mis caros recuerdos son más pesados que rocas.
También
ante este Louvre una imagen me oprime:
Y pienso en mi gran cisne, con sus gestos locos,
Como los exiliados, ridículo y sublime,
¡Y roído por un deseo sin tregua! y luego en vos,
Y pienso en mi gran cisne, con sus gestos locos,
Como los exiliados, ridículo y sublime,
¡Y roído por un deseo sin tregua! y luego en vos,
Andrómaca,
de los brazos de un gran esposo caída,
Vil rebaño, bajo la mano del soberbio Pirro,
Cabe una tumba vacía en éxtasis doblegado;
Viuda de Héctor, ¡ah! ¡y mujer de Heleno!
Vil rebaño, bajo la mano del soberbio Pirro,
Cabe una tumba vacía en éxtasis doblegado;
Viuda de Héctor, ¡ah! ¡y mujer de Heleno!
Yo
pienso en la negra, enflaquecida y tísica,
Chapaleando en el lodo, y buscando, la mirada huraña,
Los cocoteros ausentes del África soberbia
Detrás de la muralla inmensa de neblina;
Chapaleando en el lodo, y buscando, la mirada huraña,
Los cocoteros ausentes del África soberbia
Detrás de la muralla inmensa de neblina;
En
cualquiera que ha perdido lo que no se encuentra
¡Jamás, jamás! ¡en los que beben lágrimas!
¡Y maman del Dolor cual de una buena loba!
¡En los flacos huérfanos secándose cual flores!
¡Jamás, jamás! ¡en los que beben lágrimas!
¡Y maman del Dolor cual de una buena loba!
¡En los flacos huérfanos secándose cual flores!
También
en la selva donde mi espíritu se exilia
¡Un
viejo Recuerdo resuena con la plenitud del cuerno!
Pienso
en los marineros olvidados en una isla,
¡En los cautivos, en los vencidos!... ¡y en muchos otros todavía!
¡En los cautivos, en los vencidos!... ¡y en muchos otros todavía!
1860.
XC
LOS SIETE ANCIANOS
A Víctor Hugo
Hormigueante
ciudad, llena de sueños,
Donde el espectro en pleno Día agarra al transeúnte!
Los misterios rezuman por todas partes como las savias
En los canales estrechos del coloso poderoso.
Donde el espectro en pleno Día agarra al transeúnte!
Los misterios rezuman por todas partes como las savias
En los canales estrechos del coloso poderoso.
Una
mañana, mientras que en la triste calle
Las casas, cuya altura prolonga la bruma,
Simulaban los dos muelles de un río crecido,
Y que, decoración semejante al alma del actor,
Las casas, cuya altura prolonga la bruma,
Simulaban los dos muelles de un río crecido,
Y que, decoración semejante al alma del actor,
Una
niebla sucia y amarilla inundaba tanto el espacio,
Yo
seguía, atesando mis nervios cual un héroe
Y
discutiendo con mi alma ya cansada,
El
"faubourg" sacudido por las pesadas carretas.
De
pronto, un anciano cuyos guiñapos amarillos
Imitaban el color de este cielo lluvioso,
Y de los que el aspecto había hecho llover las limosnas,
Sin la maldad que lucía en sus ojos,
Imitaban el color de este cielo lluvioso,
Y de los que el aspecto había hecho llover las limosnas,
Sin la maldad que lucía en sus ojos,
Se me
apareció. Se hubiera dicho su pupila empapada
En la
hiel; su mirada agudizando la escarcha,
Y su barba de largas guedejas, afilada como una espada,
Se proyectaba, parecida a la de Judas.
Y su barba de largas guedejas, afilada como una espada,
Se proyectaba, parecida a la de Judas.
No
estaba encorvado, sino quebrado, su espinazo
Hacía con su pierna imperfecto ángulo recto,
Si bien su bastón, completando su estampa,
Le imprimía el talante y el paso torpe
Hacía con su pierna imperfecto ángulo recto,
Si bien su bastón, completando su estampa,
Le imprimía el talante y el paso torpe
De un
cuadrúpedo enfermo o de un brasero de tres patas.
En la nieve y el barro avanzaba atascándose,
Cual si aplastara muertos bajo sus chanclos,
Hostil al universo más bien que indiferente.
En la nieve y el barro avanzaba atascándose,
Cual si aplastara muertos bajo sus chanclos,
Hostil al universo más bien que indiferente.
Su
semejante le seguía: barbas, ojos, dorso, bastón, guiñapos,
Ningún rasgo distinguía, del mismo infierno llegado,
Este jumento centenario, y estos espectros barrocos
Marchaban con el mismo peso hacia un final desconocido.
Ningún rasgo distinguía, del mismo infierno llegado,
Este jumento centenario, y estos espectros barrocos
Marchaban con el mismo peso hacia un final desconocido.
¿A qué
complot infame estaba yo expuesto,
O qué
perverso azar así me humillaba?
¡Porque
yo conté siete veces, de minuto en minuto,
Este
siniestro anciano que se multiplicaba!
Que
aquel que se burla de mi inquietud,
Y que
no se ha sentido alcanzado por un estremecimiento fraternal,
Si bien que, pese a tanta decrepitud,
Si bien que, pese a tanta decrepitud,
¡Estos
siete monstruos horribles tenían el aire eterno!
¿Hubiera
yo, sin morir, contemplado el octavo,
Sosías inexorable, irónico y fatal,
Asqueante Fénix, hijo y padre de sí-mismo?
—Mas volví las espaldas al cortejo infernal.
Sosías inexorable, irónico y fatal,
Asqueante Fénix, hijo y padre de sí-mismo?
—Mas volví las espaldas al cortejo infernal.
¡Exasperado
como un ebrio que viera doble,
Retorné, cerré mi puerta, espantado,
Enfermo y pasmado, el espíritu afiebrado y turbado,
Herido por el misterio y por el absurdo!
Retorné, cerré mi puerta, espantado,
Enfermo y pasmado, el espíritu afiebrado y turbado,
Herido por el misterio y por el absurdo!
Vanamente
mi razón quería empuñar la barra;
La tempestad jugando derrotaba mis esfuerzos,
La tempestad jugando derrotaba mis esfuerzos,
¡Y mi
alma danzaba, danzaba, vieja gabarra
Sin
mástiles, sobre un mar monstruoso y sin riberas!
1859.
XCI
LAS VIEJECITAS
A Víctor Hugo
En los
pliegues sinuosos de las viejas capitales,
Donde todo, hasta el horror, vuelve a los sortilegios,
Espío, obediente a mis humores fatales,
Los seres singulares, decrépitos y encantadores.
Donde todo, hasta el horror, vuelve a los sortilegios,
Espío, obediente a mis humores fatales,
Los seres singulares, decrépitos y encantadores.
Estos
monstruos dislocados fueron antaño mujeres
¡Eponina o Lais! Monstruos rotos, jorobados
O torcidos, ¡amémoslos! son todavía almas
Bajo faldas agujereadas y bajo fríos trapos.
¡Eponina o Lais! Monstruos rotos, jorobados
O torcidos, ¡amémoslos! son todavía almas
Bajo faldas agujereadas y bajo fríos trapos.
Trepan,
flagelados por el cierzo inicuo,
Estremeciéndose al rodar estrepitoso de los ómnibus,
Y apretando contra su flanco, cual si fueran reliquias,
Un saquito bordado de flores o de arabescos;
Estremeciéndose al rodar estrepitoso de los ómnibus,
Y apretando contra su flanco, cual si fueran reliquias,
Un saquito bordado de flores o de arabescos;
Trotan,
muy parecidos a marionetas;
Se
arrastran, como hacen las bestias heridas,
O
bailan, sin querer bailar, pobres campanillas
De las
que cuelga un Demonio sin piedad. Destrozados
Como
están, tienen ojos taladrantes cual una barrena,
Brillantes como esos agujeros en los que el agua duerme en la noche;
Brillantes como esos agujeros en los que el agua duerme en la noche;
Tienen
los ojos divinos de la tierna niña
Que se maravilla y ríe a todo cuanto reluce.
Que se maravilla y ríe a todo cuanto reluce.
—¿Habéis
observado que muchos féretros de viejas
Son casi tan pequeños como el de un niño?
La Muerte sabia deposita en esas cajas iguales
Un símbolo de un sabor caprichoso y cautivante,
Son casi tan pequeños como el de un niño?
La Muerte sabia deposita en esas cajas iguales
Un símbolo de un sabor caprichoso y cautivante,
Y
cuando entreveo un fantasma débil
Atravesando de París el hormigueante cuadro,
Me parece siempre que este ser frágil
Se marcha muy dulcemente hacia una nueva cuna;
Atravesando de París el hormigueante cuadro,
Me parece siempre que este ser frágil
Se marcha muy dulcemente hacia una nueva cuna;
A menos
que, meditando sobre la geometría,
Yo no
busque, en el aspecto de esos miembros discordes,
Cuántas
veces es preciso que el obrero varíe
La
forma de la caja donde se meten todos esos cuerpos.
—Esos
ojos son pozos abiertos por un millón de lágrimas,
Crisoles que un metal enfriado recubre con pajuelas...
¡Esos ojos misteriosos tienen invencibles encantos
Para aquel que el austero Infortunio amamanta!
Crisoles que un metal enfriado recubre con pajuelas...
¡Esos ojos misteriosos tienen invencibles encantos
Para aquel que el austero Infortunio amamanta!
II
De
Frascati difunta Vestal enamorada;
Sacerdotisa de Talía, ¡ah!, de la que el apuntador
Enterrado sabe el nombre; célebre evaporada
Que Tívole antaño sombreaba en su flor,
Sacerdotisa de Talía, ¡ah!, de la que el apuntador
Enterrado sabe el nombre; célebre evaporada
Que Tívole antaño sombreaba en su flor,
¡Todas
me embriagan! Pero, entre esos seres débiles
Los hay que, haciendo del dolor una miel,
Han dicho al Sacrificio que les prestaba sus alas:
Hipógrifo poderoso, ¡llévame hasta el cielo!
Los hay que, haciendo del dolor una miel,
Han dicho al Sacrificio que les prestaba sus alas:
Hipógrifo poderoso, ¡llévame hasta el cielo!
La una,
por su patria en la desdicha ejercitada,
La otra, que el esposo sobrecargó de dolores,
La otra, que el esposo sobrecargó de dolores,
La
otra, por su hijo Madona traspasada,
¡Todas
habrían podido formar un río con sus lágrimas!
III
¡Ah! ¡Cómo he seguido a esas viejecitas!
Una, entre otras, a la hora en que el sol poniente
Ensangrienta el cielo con heridas bermejas,
Pensativa, se sentaba apartada sobre un banco,
Una, entre otras, a la hora en que el sol poniente
Ensangrienta el cielo con heridas bermejas,
Pensativa, se sentaba apartada sobre un banco,
Para
escuchar uno de esos conciertos, ricos en cobre
Con los que los soldados, a veces, inundan nuestros jardines,
Y que, en esas tardes de oro en las que nos sentimos revivir,
Vierten cierto heroísmo en el corazón de los ciudadanos.
Con los que los soldados, a veces, inundan nuestros jardines,
Y que, en esas tardes de oro en las que nos sentimos revivir,
Vierten cierto heroísmo en el corazón de los ciudadanos.
Aquélla,
erecta aún, altiva y oliendo a la regla,
Aspirando ávidamente ese canto vivido y guerrero;
Su mirada, a veces, se abría como el ojo de una vieja águila;
¡Su frente de mármol parecía hecha para el laurel!
Aspirando ávidamente ese canto vivido y guerrero;
Su mirada, a veces, se abría como el ojo de una vieja águila;
¡Su frente de mármol parecía hecha para el laurel!
IV
Tal
como camináis, estoicas y sin quejas,
A
través del caos de vivientes ciudades,
madres
de sangrante corazón, cortesanas o santas,
De las
que, antaño, los nombres por todos eran citados.
Vosotras
que fuisteis la gracia o que fuisteis la gloria,
¡Nadie
os reconoce! Un beodo incivil
Os
enrostra al pasar un amor irrisorio;
Sobre
vuestros talones brinca un niño flojo y vil.
Avergonzadas
de existir, sombras encogidas,
medrosas,
agobiadas, costeáis los muros;
Y nadie
os saluda, ¡extraños destinos!
¡Despojos
de humanidad para la eternidad maduros!
Pero
yo, yo que de lejos tiernamente os espío,
La mirada inquieta, fija sobre vuestros pasos vacilantes,
Como si yo fuera vuestro padre, ¡oh, maravilla!
Saboreo sin que lo sepáis placeres clandestinos:
La mirada inquieta, fija sobre vuestros pasos vacilantes,
Como si yo fuera vuestro padre, ¡oh, maravilla!
Saboreo sin que lo sepáis placeres clandestinos:
Veo
expandirse vuestras pasiones novicias;
Sombríos
o luminosos, veo vuestros días perdidos;
¡Mi
corazón multiplicado disfruta de todos vuestros vicios!
¡Mi
alma resplandece de todas vuestras virtudes!
¡Ruinas!
¡Mi familia! ¡oh, cerebros congéneres!
¡Yo cada noche os hago una solemne despedida!
¿Dónde estaréis mañana, Evas octogenarias,
Sobre las que pesa la garra horrorosa de Dios?
¡Yo cada noche os hago una solemne despedida!
¿Dónde estaréis mañana, Evas octogenarias,
Sobre las que pesa la garra horrorosa de Dios?
1859.
XCII
LOS CIEGOS
¡Contémplalos,
alma mía; son realmente horrendos!
Parecidos a maniquíes; vagamente ridículos;
Terribles, singulares como los sonámbulos;
Asestando, no se sabe dónde, sus globos tenebrosos.
Parecidos a maniquíes; vagamente ridículos;
Terribles, singulares como los sonámbulos;
Asestando, no se sabe dónde, sus globos tenebrosos.
Sus
ojos, de donde la divina chispa ha partido.
Como si miraran a lo lejos, permanecen elevados
Hacia el cielo; no se les ve jamás hacia los suelos
Inclinar soñadores su cabeza abrumada.
Como si miraran a lo lejos, permanecen elevados
Hacia el cielo; no se les ve jamás hacia los suelos
Inclinar soñadores su cabeza abrumada.
Atraviesan
así el negror ilimitado,
Este
hermano del silencio eterno. ¡Oh, ciudad!
Mientras
que alrededor nuestro, tú cantas, ríes y bramas,
Prendada
del placer hasta la atrocidad,
¡Mira!
¡Yo me arrastro también! Pero, más que ellos, ofuscado,
Pregunto: ¿Qué buscan en el Cielo, todos estos ciegos?
Pregunto: ¿Qué buscan en el Cielo, todos estos ciegos?
1860.
XCIII
A UNA TRANSEÚNTE
La
calle ensordecedora alrededor mío aullaba.
Alta, delgada, enlutada, dolor majestuoso,
Una mujer pasó, con mano fastuosa
Levantando, balanceando el ruedo y el festón;
Alta, delgada, enlutada, dolor majestuoso,
Una mujer pasó, con mano fastuosa
Levantando, balanceando el ruedo y el festón;
Ágil y
noble, con su pierna de estatua.
Yo, yo
bebí, crispado como un extravagante,
En su
pupila, cielo lívido donde germina el huracán,
La
dulzura que fascina y el placer que mata.
Un
rayo... ¡luego la noche! — Fugitiva
beldad
Cuya mirada me ha hecho súbitamente renacer,
¿No te veré más que en la eternidad?
Cuya mirada me ha hecho súbitamente renacer,
¿No te veré más que en la eternidad?
Desde
ya, ¡lejos de aquí! ¡Demasiado tarde! ¡Jamás, quizá!
Porque ignoro dónde tú huyes, tú no sabes dónde voy,
¡Oh, tú!, a la que yo hubiera amado, ¡oh, tú que lo supiste!
Porque ignoro dónde tú huyes, tú no sabes dónde voy,
¡Oh, tú!, a la que yo hubiera amado, ¡oh, tú que lo supiste!
1860.
XCIV
EL ESQUELETO LABRADOR
I
En las
láminas de anatomía
Que yacen en estos muelles polvorientos,
Donde tanto libro cadavérico
Duerme como una antigua momia,
Que yacen en estos muelles polvorientos,
Donde tanto libro cadavérico
Duerme como una antigua momia,
Dibujos
a los cuales la gravedad
Y el saber de un viejo artista,
Por más que el tema sea triste,
Han comunicado la Belleza,
Y el saber de un viejo artista,
Por más que el tema sea triste,
Han comunicado la Belleza,
Se ven,
lo que hace más completos
Esos misteriosos horrores,
Cavando como labradores,
Desollados y Esqueletos.
Esos misteriosos horrores,
Cavando como labradores,
Desollados y Esqueletos.
II
De este
terreno que escarbáis,
Labriegos resignados y lúgubres,
Con todo el esfuerzo de vuestras vértebras,
O de vuestros músculos descarnados,
Labriegos resignados y lúgubres,
Con todo el esfuerzo de vuestras vértebras,
O de vuestros músculos descarnados,
Decid,
¿qué cosecha extraña,
Forzados salidos del osario,
Arrancasteis y de qué granjero
Habéis llenado el granero?
Forzados salidos del osario,
Arrancasteis y de qué granjero
Habéis llenado el granero?
¿Queréis
(¡con un destino harto duro,
Espantoso y claro emblema!)
Mostrar que en la fosa misma
El sueño prometido no es seguro;
Espantoso y claro emblema!)
Mostrar que en la fosa misma
El sueño prometido no es seguro;
Que
alrededor nuestro la Nada es traidora;
Que todo, hasta la Muerte, nos mientes,
Y que sempiternamente,
¡Ah! necesitaremos quizá
Que todo, hasta la Muerte, nos mientes,
Y que sempiternamente,
¡Ah! necesitaremos quizá
En
algún país desconocido
Cavar
la tierra áspera
Y
hundir una pesada pala
Bajo
nuestro pie sangriento y desnudo?
1859.
XCV
CREPÚSCULO VESPERTINO
He aquí
la noche encantadora, amiga del criminal;
Llega como un cómplice, a paso de lobo; el cielo
Se cierra lentamente cual una gran alcoba,
Y el hombre impaciente se cambia en bestia salvaje.
Llega como un cómplice, a paso de lobo; el cielo
Se cierra lentamente cual una gran alcoba,
Y el hombre impaciente se cambia en bestia salvaje.
¡Oh
noche!, amable noche, deseada por aquel
Cuyos brazos, sin mentir, pueden decir: ¡Hoy
Hemos trabajado! — Es la noche la que alivia
Los espíritus que devora un dolor salvaje,
El sabio obstinado cuya frente se abruma,
Y el obrero encorvado que recobra su lecho.
Cuyos brazos, sin mentir, pueden decir: ¡Hoy
Hemos trabajado! — Es la noche la que alivia
Los espíritus que devora un dolor salvaje,
El sabio obstinado cuya frente se abruma,
Y el obrero encorvado que recobra su lecho.
Mientras
tanto demonios malignos en la atmósfera
Se despiertan pesadamente, cual hombres de negocios,
Y golpean al volar los postigos y el altillo.
A través de las luces que atormenta el viento
La Prostitución se enciende en las calles;
Como un hormiguero ella abre sus salidas;
Por todas partes traza un oculto camino,
Cual el enemigo que intenta un asalto;
Se despiertan pesadamente, cual hombres de negocios,
Y golpean al volar los postigos y el altillo.
A través de las luces que atormenta el viento
La Prostitución se enciende en las calles;
Como un hormiguero ella abre sus salidas;
Por todas partes traza un oculto camino,
Cual el enemigo que intenta un asalto;
Ella se
agita en el seno de la ciudad de fango
Como un
gusano que roba al Hombre lo que ha comido.
Se
escuchan aquí y allí las cocinas silbar,
Los
teatros chillar, las orquestas roncar;
Las
mesas redondas, en las que el juego hace las delicias,
Llénanse
de rameras y de estafadores, sus cómplices,
Y los
ladrones, que no tienen tregua ni merced,
Pronto han de comenzar su trabajo, ellos también,
Y forzar suavemente las puertas y las cajas
Para vivir unos días y vestir a sus amantes.
Pronto han de comenzar su trabajo, ellos también,
Y forzar suavemente las puertas y las cajas
Para vivir unos días y vestir a sus amantes.
¡Recógete,
alma mía, en este grave instante,
Y
cierra tu oído a este rugido.
Esta es
la hora en que los dolores de los enfermos se agudizan!
La
Noche sombría les agarra la garganta; concluyen
Su destino y van hacia la fosa común;
El hospital se llena de sus suspiros. — Más de uno
No llegará jamás en busca de la sopa perfumada,
AI rincón del hogar, de noche, junto a un alma amada.
Su destino y van hacia la fosa común;
El hospital se llena de sus suspiros. — Más de uno
No llegará jamás en busca de la sopa perfumada,
AI rincón del hogar, de noche, junto a un alma amada.
Todavía
la mayoría de ellos, jamás han conocido
La Dulzura del hogar, ¡Jamás han vivido!
La Dulzura del hogar, ¡Jamás han vivido!
1852.
XCVI
EL JUEGO
En los
sillones marchitos, cortesanas viejas,
Pálidas, las cejas pintadas, la mirada zalamera y fatal,
Coqueteando y haciendo de sus magras orejas
Caer un tintineo de piedra y de metal;
Pálidas, las cejas pintadas, la mirada zalamera y fatal,
Coqueteando y haciendo de sus magras orejas
Caer un tintineo de piedra y de metal;
Alrededor
de verdes tapetes, rostros sin labio,
Labios pálidos, mandíbulas desdentadas,
Y dedos convulsionados por una infernal fiebre,
Hurgando el bolsillo o el seno palpitante;
Labios pálidos, mandíbulas desdentadas,
Y dedos convulsionados por una infernal fiebre,
Hurgando el bolsillo o el seno palpitante;
Bajo
sucios cielorrasos una fila de pálidas arañas
Y enormes quinqués proyectando sus fulgores
Sobre frentes tenebrosas de poetas ilustres
Que acuden a derrochar sus sangrientos sudores;
Y enormes quinqués proyectando sus fulgores
Sobre frentes tenebrosas de poetas ilustres
Que acuden a derrochar sus sangrientos sudores;
He aquí
el negro cuadro que en un sueño nocturno
Vi desarrollarse bajo mi mirada perspicaz.
Yo mismo, en un rincón del antro taciturno,
Me vi apoyado, frío, mudo, ansioso,
Vi desarrollarse bajo mi mirada perspicaz.
Yo mismo, en un rincón del antro taciturno,
Me vi apoyado, frío, mudo, ansioso,
Envidiando
de esas gentes la pasión tenaz,
De
aquellas viejas rameras la fúnebre alegría,
¡Y
todos gallardamente ante mí traficando,
El uno
con su viejo honor, la otra con su belleza!
¡Y mi
corazón se horrorizó contemplando a tanto infeliz
Acudiendo con fervor hacia el abismo abierto,
Y que, ebrio de sangre, preferiría en suma
El dolor a la muerte y el infierno a la nada!
Acudiendo con fervor hacia el abismo abierto,
Y que, ebrio de sangre, preferiría en suma
El dolor a la muerte y el infierno a la nada!
1857.
XCVII
DANZA MACABRA
Para Ernesto Christophe
Como un
viviente, arrogante de su noble estatura,
Con su gran ramillete, su pañuelo y sus guantes,
Ella tiene la indolencia y la desenvoltura
De una coqueta flaca de porte extravagante.
Con su gran ramillete, su pañuelo y sus guantes,
Ella tiene la indolencia y la desenvoltura
De una coqueta flaca de porte extravagante.
¿Se vio
alguna vez en el baile un talle más delgado?
Su vestido exagerado, en su real amplitud,
Se vuelca abundantemente sobre un pie seco que oprime
Un zapato adornado, bello cual una flor.
Su vestido exagerado, en su real amplitud,
Se vuelca abundantemente sobre un pie seco que oprime
Un zapato adornado, bello cual una flor.
El
frunce que juega al borde de las clavículas,
Cual arroyo lascivo frotándose en el peñasco,
Defiende púdicamente de las chanzas ridículas
Los fúnebres encantos que ella sabe ocultar,
Cual arroyo lascivo frotándose en el peñasco,
Defiende púdicamente de las chanzas ridículas
Los fúnebres encantos que ella sabe ocultar,
Sus
ojos profundos están hechos de vacío y de tinieblas,
Y su cráneo, con flores artísticamente peinado,
Oscila lánguidamente sobre sus frágiles vértebras,
¡Oh, encanto de un fantasma locamente emperifollado!
Y su cráneo, con flores artísticamente peinado,
Oscila lánguidamente sobre sus frágiles vértebras,
¡Oh, encanto de un fantasma locamente emperifollado!
Algunos
te tomarán por una caricatura,
Sin
comprender, amantes ebrios de carne,
La
elegancia sin nombre de tu humana armadura.
¡Tú
respondes, gran esqueleto, a mi gusto más caro!
¿Vienes
a turbar, con tu imponente mueca,
La fiesta de la Vida? o ¿algún viejo deseo,
Acicateando aún tu viviente esqueleto,
Te impulsa, crédula, al aquelarre del Placer?
La fiesta de la Vida? o ¿algún viejo deseo,
Acicateando aún tu viviente esqueleto,
Te impulsa, crédula, al aquelarre del Placer?
¿Con el
cantar de los violines, y las llamas de las bujías,
Esperas
expulsar tu pesadilla burlona,
Y
vienes a implorar al torrente de las orgías
Que
refresque el infierno encendido en tu corazón?
¡Inagotable
pozo de necedad y de errores!
¡Del antiguo dolor eterno alambique!
A través del retorcido enrejado de tus costillas
Yo veo, todavía errante, el insaciable áspid.
¡Del antiguo dolor eterno alambique!
A través del retorcido enrejado de tus costillas
Yo veo, todavía errante, el insaciable áspid.
A la
verdad, temo que tu coquetería
No
alcance un precio digno de sus esfuerzos;
¿Quién,
entre esos corazones mortales, alcanza la burla?
¡Los sortilegios del horror sólo embriagan a los fuertes!
¡Los sortilegios del horror sólo embriagan a los fuertes!
El
abismo de tus ojos, pleno de horribles pensamientos,
Exhala
el vértigo, y los bailarines prudentes
No
contemplarán sin amargas náuseas
La
sonrisa eterna de tus treinta y dos dientes.
Empero,
¿quién no ha estrechado entre sus brazos un esqueleto,
Y quién
no se ha nutrido de cosas sepulcrales?
¿Qué importa el perfume, el vestido o el tocado?
El que hace ascos demuestra que se cree bello.
¿Qué importa el perfume, el vestido o el tocado?
El que hace ascos demuestra que se cree bello.
Bayadera
sin nariz, irresistible trotona,
Diles, pues, a estos bailarines que se hacen los ofuscados:
"Arrogantes galanes, pese al arte de los polvos y del colorete,
¡Exhaláis todos la muerte! ¡Oh, esqueletos almizclados!
Diles, pues, a estos bailarines que se hacen los ofuscados:
"Arrogantes galanes, pese al arte de los polvos y del colorete,
¡Exhaláis todos la muerte! ¡Oh, esqueletos almizclados!
¡Antinoos
marchitos, dandis de rostro glabre,
Cadáveres barnizados, lovelaces canosos,
El alboroto universal de la danza macabra
Os arrastra hacia lugares desconocidos!
Cadáveres barnizados, lovelaces canosos,
El alboroto universal de la danza macabra
Os arrastra hacia lugares desconocidos!
Desde
los muelles fríos del Sena a los bordes ardientes del
Ganges,
El
tropel mortal salta y se pasma, sin ver
La
trompeta del Ángel en un agujero del techo
Siniestramente
boquiabierto cual un negro trabuco.
En todo
clima, bajo todo sol, la Muerte te admira
En tus contorsiones, risible Humanidad,
Y a menudo, como tú, perfumándose de mirra,
Mezcla su ironía a tu insensatez!"
En tus contorsiones, risible Humanidad,
Y a menudo, como tú, perfumándose de mirra,
Mezcla su ironía a tu insensatez!"
1857.
XCVIII
EL AMOR DE LA MENTIRA
Cuando te veo pasar, ¡oh!, mi querida, indolente,
Al
cantar de los instrumentos que se rompe en el cielo raso
Suspendiendo
tu andar armonioso y lento,
Y
paseando el hastío de tu mirar profundo;
Cuando
contemplo bajo la luz del gas que la colora,
Tu frente pálida, embellecida por morbosa atracción,
Donde las antorchas nocturnas encienden una aurora,
Y tus ojos atraen cual los de un retrato,
Tu frente pálida, embellecida por morbosa atracción,
Donde las antorchas nocturnas encienden una aurora,
Y tus ojos atraen cual los de un retrato,
Yo me
digo: ¡Qué hermosa es! y ¡qué singularmente fresca!
El recuerdo macizo, real e imponente torre,
La corona, y su corazón cual un melocotón magullado,
Está maduro, como su cuerpo, para el sabio amor.
El recuerdo macizo, real e imponente torre,
La corona, y su corazón cual un melocotón magullado,
Está maduro, como su cuerpo, para el sabio amor.
¿Eres
el fruto otoñal de sabores soberanos?
¿Eres la urna fúnebre aguardando algunas lágrimas,
Perfume que hace soñar con oasis lejanos,
Almohada acariciante, o canastillo de flores?
¿Eres la urna fúnebre aguardando algunas lágrimas,
Perfume que hace soñar con oasis lejanos,
Almohada acariciante, o canastillo de flores?
Yo sé
que hay miradas, de las más melancólicas,
Que no
recelan jamás secretos preciosos;
Hermosos
alhajeros sin joyas, medallones sin reliquias,
Más
vacíos, más profundos que vosotros mismos, ¡oh Cielos!
¿Pero,
no basta que tú seas la apariencia,
Para regocijar un corazón que rehuye la verdad?
¿Qué importa tu torpeza o tu indiferencia?
Máscara o adorno, ¡salud! Yo adoro tu beldad.
Para regocijar un corazón que rehuye la verdad?
¿Qué importa tu torpeza o tu indiferencia?
Máscara o adorno, ¡salud! Yo adoro tu beldad.
1860.
XCIX
(YO NO HE OLVIDADO...)
Yo no
he olvidado, vecina a la ciudad,
Nuestra blanca morada, pequeña pero tranquila;
Su Pomona de yeso y su vieja Venus
En un bosquecillo insignificante ocultando sus miembros desnudos,
Nuestra blanca morada, pequeña pero tranquila;
Su Pomona de yeso y su vieja Venus
En un bosquecillo insignificante ocultando sus miembros desnudos,
Y el
sol, en la tarde, refulgente y soberbio,
Que, detrás del cristal en que se quebraba su gavilla,
Parecía, ojo inmenso abierto en el cielo curioso,
Contemplar vuestras cenas largas y silenciosas,
Derramando generosamente sus bellos reflejos de cirio
Sobre el mantel frugal y las cortinas de sarga.
Que, detrás del cristal en que se quebraba su gavilla,
Parecía, ojo inmenso abierto en el cielo curioso,
Contemplar vuestras cenas largas y silenciosas,
Derramando generosamente sus bellos reflejos de cirio
Sobre el mantel frugal y las cortinas de sarga.
1857.
C
(A LA CRIADA...)
A la criada de la que con toda el alma estabais celosa
Y que
duerme su sueño bajo un humilde césped,
Debiéramos,
sin embargo, llevarle algunas flores.
Los
muertos, los pobres muertos, tienen grandes dolores,
Y
cuando Octubre sopla, talador de viejos árboles,
Su
viento melancólico alrededor de sus mármoles,
En
verdad, deben encontrar los vivos harto ingratos,
Durmiendo,
como lo hacen, cálidamente entre sus sábanas,
Mientras
que, devorados por negras ensoñaciones,
Sin
compañero de lecho, sin gratas conversaciones,
Viejos
esqueletos helados consumidos por el gusano,
Sienten
escurrirse las nieves del invierno
Y el
siglo transcurrir, sin que amigos ni familia
Reemplacen
los jirones que penden de su verja.
Cuando
el leño silba y canta, si en la tarde,
Tranquila, en el sillón yo la veía sentarse,
Si, en una noche azul y fría de diciembre,
Yo la encontraba acurrucada en un rincón de mi cuarto,
Grave, y viniendo del fondo de su lecho eterno
Incubar el niño crecido bajo su mirada maternal,
¿Qué podría responder yo a esta alma piadosa,
Viendo caer las lágrimas de su pupila hueca?
Tranquila, en el sillón yo la veía sentarse,
Si, en una noche azul y fría de diciembre,
Yo la encontraba acurrucada en un rincón de mi cuarto,
Grave, y viniendo del fondo de su lecho eterno
Incubar el niño crecido bajo su mirada maternal,
¿Qué podría responder yo a esta alma piadosa,
Viendo caer las lágrimas de su pupila hueca?
1857.
CI
BRUMAS Y LLUVIAS
¡Oh,
finales de otoño, inviernos, primaveras cubiertas de lodo,
Adormecedoras
estaciones! yo os amo y os elogio
Por
envolver así mí corazón y mi cerebro
Con una
mortaja vaporosa y en una tumba baldía.
En esta
inmensa llanura donde el austro frío sopla,
Donde en las interminables noches la veleta enronquece,
Mi alma mejor que en la época del tibio reverdecer
Desplegará ampliamente sus alas de cuervo.
Donde en las interminables noches la veleta enronquece,
Mi alma mejor que en la época del tibio reverdecer
Desplegará ampliamente sus alas de cuervo.
Nada es
más dulce para el corazón lleno de cosas fúnebres,
Y sobre el cual desde hace tiempo desciende la escarcha,
¡Oh, blanquecinas estaciones, reinas de nuestros climas!,
Y sobre el cual desde hace tiempo desciende la escarcha,
¡Oh, blanquecinas estaciones, reinas de nuestros climas!,
Que el
aspecto permanente de vuestras pálidas tinieblas,
—Si no es en una noche sin luna, uno junto al otro,
El dolor adormecido sobre un lecho cualquiera.
—Si no es en una noche sin luna, uno junto al otro,
El dolor adormecido sobre un lecho cualquiera.
1857.
CII
SUEÑO PARISIENSE
Constantin Guys
I
De
aquel terrible paisaje,
Tal que jamás un mortal vio,
Esta mañana todavía la imagen,
Vaga y lejana, me arrebataba.
Tal que jamás un mortal vio,
Esta mañana todavía la imagen,
Vaga y lejana, me arrebataba.
¡El
sueño estaba lleno de milagros!
Por un capricho singular
Yo había desterrado del espectáculo
El vegetal singular,
Por un capricho singular
Yo había desterrado del espectáculo
El vegetal singular,
Y,
pintor orgulloso de mi genio,
saboreaba
en mi cuadro
La
embriagante monotonía
Del
metal, del mármol y del agua.
Babel
de escaleras y de arcadas,
Era un palacio infinito,
Lleno de fuentes y cascadas
Volcando el oro mate o bruñido;
Era un palacio infinito,
Lleno de fuentes y cascadas
Volcando el oro mate o bruñido;
Y
cataratas pesadas,
Como cortinas de cristal,
Pendían, deslumbrantes,
De las murallas de metal.
Como cortinas de cristal,
Pendían, deslumbrantes,
De las murallas de metal.
No de
árboles, sino de columnatas,
Los dormidos estanques nos rodeaban,
Donde gigantescas náyades,
Como mujeres, se contemplaban.
Los dormidos estanques nos rodeaban,
Donde gigantescas náyades,
Como mujeres, se contemplaban.
Napas
de agua derramábanse, azules
Entre malecones rosados y verdes,
A lo largo de millones de leguas,
Hacia el confín del universo;
Entre malecones rosados y verdes,
A lo largo de millones de leguas,
Hacia el confín del universo;
¡Eran piedras
inauditas
Y oleadas mágicas; eran
Inmensos espejos deslumbrantes
Por todo cuanto ellos reflejaban!
Y oleadas mágicas; eran
Inmensos espejos deslumbrantes
Por todo cuanto ellos reflejaban!
Indolentes
y taciturnos,
Los Ganges, en el firmamento,
Volcaban el tesoro de sus urnas
En abismos de diamante.
Los Ganges, en el firmamento,
Volcaban el tesoro de sus urnas
En abismos de diamante.
Arquitecto
de mis hechizos,
Yo hacía, a mi capricho,
Bajo un túnel de pedrerías
Pasar un océano domado;
Yo hacía, a mi capricho,
Bajo un túnel de pedrerías
Pasar un océano domado;
Y todo,
aun el color negro,
Parecía límpido, claro, irisado;
El líquido engastaba su gloria
En el destello cristalizado.
Parecía límpido, claro, irisado;
El líquido engastaba su gloria
En el destello cristalizado.
¡Ningún
astro, desde luego, nada de vestigios
De sol, ni siquiera en lo bajo del cielo,
Para iluminar estos prodigios,
Que brillaban con su propio fuego!
De sol, ni siquiera en lo bajo del cielo,
Para iluminar estos prodigios,
Que brillaban con su propio fuego!
Y sobre
estas movientes maravillas
Cerníase (¡terrible novedad!
¡Todo para la vista, nada para los oídos!)
Un silencio de eternidad.
Cerníase (¡terrible novedad!
¡Todo para la vista, nada para los oídos!)
Un silencio de eternidad.
II
Al
reabrir mis ojos llameantes
He visto el horror de mi rincón,
He visto el horror de mi rincón,
Y
sentí, penetrando en mi alma,
La
punta de las preocupaciones malditas;
El
péndulo de los acentos fúnebres
Sonaba brutalmente el mediodía,
Y el cielo volcaba tinieblas
Sobre el triste mundo adormilado.
Sonaba brutalmente el mediodía,
Y el cielo volcaba tinieblas
Sobre el triste mundo adormilado.
1860.
CIII
EL CREPÚSCULO MATUTINO
La
diana cantaba en los patios de los cuarteles,
Y el
viento de la mañana soplaba sobre las linternas.
Era la
hora en que el enjambre de los sueños malignos
Tuerce sobre sus almohadas los atezados adolescentes;
Cuando, cual un ojo sangriento que palpita y se menea,
La lámpara en el amanecer es una mancha roja;
Cuando el alma, bajo el peso del cuerpo rudo y pesado,
Imita los combates de la lámpara y del día.
Como un rostro en llanto que las brisas enjugan,
El aire está lleno del escalofrío de las cosas que se fugan,
Y el hombre está fatigado de escribir y la mujer de amar,
Tuerce sobre sus almohadas los atezados adolescentes;
Cuando, cual un ojo sangriento que palpita y se menea,
La lámpara en el amanecer es una mancha roja;
Cuando el alma, bajo el peso del cuerpo rudo y pesado,
Imita los combates de la lámpara y del día.
Como un rostro en llanto que las brisas enjugan,
El aire está lleno del escalofrío de las cosas que se fugan,
Y el hombre está fatigado de escribir y la mujer de amar,
Las
casas, aquí y allá, comienzan a humear,
Las
hembras de placer, el párpado lívido,
Boca
abierta, dormían con su sueño estúpido;
Las
pordioseras, arrastrando sus senos fláccidos y fríos,
Soplaban
sobre sus tizones y soplaban sobre sus dedos.
Era la
hora en que, entre el frío y la roñería
Se
agravan los dolores de las mujeres yacientes;
Cual un
sollozo cortado por un vómito espumoso
El
canto del gallo, a lo lejos, rasgaba el aire brumoso;
Un mar
de nieblas bañaba los edificios,
Y los
agonizantes en el fondo de los hospicios
Exhalaban
su postrer estertor en hipos desiguales.
Los
libertinos regresaban, destrozados por sus esfuerzos.
La
aurora tiritante, vestida de rosa y verde,
Avanzaba lentamente sobre el Sena desierto,
Y la sombra de París, frotándose los ojos,
Empuñaba sus herramientas, anciano laborioso.
Avanzaba lentamente sobre el Sena desierto,
Y la sombra de París, frotándose los ojos,
Empuñaba sus herramientas, anciano laborioso.
1852.
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